Ni de aquí, ni de allá

Si vives lejos de casa, tal vez te sientas identificado con esta publicación. 


Recuerdo la primera vez que me tocó ir de visita a mi ciudad, a mi casa; apenas tenía seis meses viviendo en Almería, pero yo sentía que tenía años sin visitar a mi familia y añoraba volver.



El viaje estuvo un poco pesado, fue la primera vez que crucé el Atlántico sola con Fer (el tenía 2 años), uno de mis vuelos se retrasó y tuve que pernoctar en la Ciudad de México, pero la ilusión que tenía de volver a ver a mi gente podía con cualquier contratiempo que se me pudiese cruzar.



Finalmente llegamos a Mexicali, mi mamá y hermana fueron a recogernos al aeropuerto. Sin dudarlo lo primero que comí en mi tierra, fueron unos deliciosos tacos de carne asada que me supieron a gloria.



Estaba muy feliz, sin embargo, tenía una sensación extraña. La ciudad no estaba tan cambiada, pero la sentía ajena. No me malinterpretes amo mis raíces, amo ser mexicana, amo mi país, incluso si alguien me hubiese contado antes que eso me podría suceder, hubiera pensado en lo ridículo que eso sonaba y que a mí no me pasaría. Me preguntaba ¿cómo es posible sentirse así si estoy en mi ciudad de toda la vida?.


No quiero sonar ridícula pero había olvidado un poco lo que era sentir miedo al salir sola de noche, el extremar precauciones cuidando mi bolso, el sentir paranoia al salir con Fernando y el pecar de exagerada volteando a ver a mi alrededor. Realmente esa sensación no la extrañaba para nada y hasta la llegué a sentir por un tiempo ajena a mí. 

La relación con mi familia sigue siendo igual de entrañable (el sentirme en brazos de mi madre, platicar con mi hermana y disfrutar del resto de mi familia, es de lo que más amo y añoro), pero mi conexión con los lugares, e incluso con algunas personas allegadas ya no es la misma.


Y he de ser sincera, el coste de vivir lejos de casa es ir perdiendo lazos con muchas personas, por más que te rehúses, termina pasando. La vida sigue, los eventos, las festividades y un millón de asuntos más que terminas perdiéndote y a la vez eso va quebrando poquito a poquito la relación con un sin fin de personas. Es como cuando se dice: el que mucho se ausenta pronto deja de hacer falta, y así sucede.

Entré en un conflicto al no sentirme plenamente identificada con mi ciudad y alguna de sus personas, no me sentía ni de aquí, ni de allá, pues estaba consciente de que aunque en Almería me sentía adaptada, no es mi lugar de origen, aquí no están los años llenos de vivencias. Por lo que sentía como si me encontrara atrapada en un punto intermedio, o más bien como si esperara a que las cosas no hubiesen cambiado, que la conexión con mi ciudad y con muchas personas fuera la misma, como si toda esa experiencia adquirida lejos de casa no estuviera ahí. 

Pero lo entendí y es que cuando se vive lejos de casa, se modifica completamente tu estilo de vida; adquieres experiencias que te hacen cambiar tu actuar ante distintas situaciones; tus intereses cambian; probablemente lo que antes te generaba tranquilidad, ahora ya no; conoces gente nueva; conoces un mundo completamente distinto; te haces a la idea de que regresas a casa solo de visita y empiezas a adaptarte a la que es ahora tu nueva vida. Entonces me pregunté: cómo espero que mi perspectiva hacia mi anterior entorno no sufra modificaciones, si mi visión de la vida es ya tan distinta.

Definitivamente el comprenderlo me generó mucha tranquilidad y la verdad inhibí esa culpa que me resultaba el sentirme de esa manera. 

Saludos,
Alma Karina












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