Despidiendo a las visitas lejos de casa

Hace tres semanas tuvimos visita en nuestra casa. Dos amigas mexicanas, (una de ellas estuvo de movilidad estudiantil junto conmigo en el 2010 aquí en Almería, a la que llamo amorosamente hermana) que viven en Madrid nos concedieron visitarnos por cuatro bonitos días.
No recibíamos visitas desde junio del año pasado, cuando un primo mío vino desde México.

No saben la alegría que sentí cuando mi amiga me contó su plan de venir a Almería desde Madrid, como niña chiquita me puse a contar los días, esperando pasara rápido el tiempo para que fuese la fecha en la que ellas llegaran.

Cuando llegaron no cabía de emoción, imagínate: después del confinamiento, la pérdida de mi abuelita, mi viaje cancelado a México, el no poder ir a ver a mi familia, estaba por recibir una dosis de bonitos recuerdos y un trocito de México. Fueron cuatro días increíbles, en los que reímos, lloramos, recordamos, confirmamos y tursiteamos. Pero llegó el momento de la despedida y el empezar a extrañar aún más a los míos.

Me es inevitable no sentir tristeza cada que una visita tiene que irse, aunque trato de no pensarlo, siempre termino sintiendo un poquito de vacío.

Todo esto me hizo recordar cuando Juanjo, Fer y yo recién llegamos a Almería en plena víspera navideña. Mi madre y hermana llegaron apenas cuatro días después para pasar la que sería mi primera navidad lejos de casa. Estuvieron por dos semanas, en las que las disfruté muchísimo y les mostraba la que sería mi nueva vida. El día que tuvieron que volver a México fue cuando me percaté de lo que estaba sucediendo, de que ellas se iban, pero yo me quedaba aquí sin ellas. Los días siguientes los describo un tanto amargos, lloré y lloré, me desahogué, hasta que llegó el momento en el que me sentí preparada para afrontar la nueva vida en la que me estaba aventurando.

El recibir  de visita a algún familiar o amigo lejos de casa me hace recargar pilas, me transporta a mi país, me llena de amor, me hace sentir muy bien. Me encanta el mostrarles mi nueva vida y hacerles, por algunos días, parte de ella. 

Aún no he logrado desbloquear ese nivel, el de despedir a las visitas, es algo a lo que no logro adaptarme. No me acostumbro a que las despedidas en lugar de terminar con un: nos vemos la próxima semana; terminen con un: nos vemos en algunos meses e incluso años. 

La vida lejos de casa es así, hay días buenos y otros no tan buenos, y situaciones que te hacen sentir un poco más vulnerable, que te hacen querer salir corriendo de vuelta a tu país. El camino hacia la adaptación a este tipo de vida es lenta, pero segura. La clave está en ser paciente, en respetar nuestros sentimientos, desahogarnos, respirar profundo, hasta que llegue el momento en el que nos sintamos preparados para cambiar nuestro discurso y seguir escalando la aventura.



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